viernes, 29 de noviembre de 2013

Belén Esteban no es culpable.


Desde que en un eficaz escenario promocional se anunciara la aparición del libro en el que Belén Esteban narra su apasionante vida, se han prodigado las más feroces e injustas críticas, difundidas urbi et orbi en esa inabarcable caja de resonancia que son las redes sociales.

La mayoría de esas diatribas y ácidos comentarios, a veces insultantes, en ocasiones cargados de una pasión visceral y casi siempre carentes de objetividad, han sido disparados impíamente como dardos envenenados contra esta “princesa del pueblo”, cuyo mayor delito ha sido dar el visto bueno al montón de folios que un negro, recogiendo y ordenando lo que ya se sabía por las declaraciones tele-excrementales que la propia interesada ha divulgado, incesantemente y sin recato alguno, se compendian ahora en un librote que, convencido estoy, comprarán muchos pero leerán pocos.


Esos comentarios feroces a los que antes me refería son, en su mayoría, un alegato furioso contra el indecoroso intrusismo de la “autora” en un campo (el literario) del que prácticamente debe desconocerlo todo.  ¿Y qué? ¿Creen ustedes que ha sido únicamente ella la que ha orquestado esta puesta en escena? Pues, no. Dicen de ella que es de cultura escasa, de lengua larga, de modales rústicos, de razonamiento precario y de sentimiento noble, pero eso no la faculta para urdir un plan editorial cuyos resultados económicos están resultando arrolladoramente abrumadores.

Detrás de ese libro de memorias (?) hay, obviamente, un negro; un escondido negro que tal vez de la cara algún día y al que habrán despachado con unos cuantos euros y un sellado y rubricado pacto de silencio. Pero, lo grave, es que detrás de todo ese entramado comercial hay una editorial (Boreal, en este caso) que es la que realmente está llevando el agua a su molino.

Para mí, ni “la autora” ni su negro son los realmente responsables del revuelo que se ha armado. Para mí, insisto, los principales responsables del desaguisado son, por un lado, un público pazguato que en masa ha asaltado las librerías donde se vende el libro con el afán cateto de conseguir más un autógrafo de la “autora” que el libro en sí mismo, y por otro, la propia editorial que ha lanzado a un mercado, presuntamente cultural, un subproducto que, en mi modesta opinión, nada de apasionante ni atractivo puede ofrecer a cualquier lector instalado en el consumo de una literatura tradicional.

Las editoriales hace tiempo que perdieron el gusto por las obras de auténtico valor literario, tanto se trate de autores consagrados como de jóvenes figuras con un teórico futuro prometedor. No hay que olvidar que las editoriales, como cualquier otra empresa, se deben a sus dueños, a su accionariado y en último término a su cuenta de resultados. Para la mayoría de las actuales editoriales lo económico priva sobre la calidad. Por eso, en un país de consumidores de telebasura chismosa, ordinaria y cutre, tener en nómina a una Belén Esteban “escritora”, es un éxito comercial garantizado. Tengo mis razones para dar a la editorial que ha publicado esta magna obra, mi más cordial enhorabuena y a los libreros que impúdicamente la exhiben en sus vitrinas, mi felicitación más efusiva.

Muchos escritores que por inapelables razones de mercado no han podido publicar todavía ni una sola de sus obras y otros que a trancas y barrancas han conseguido editar algo mediáticamente intrascendente, están no sólo defraudados y enfadados con Belén sino que se sienten tristemente agraviados al ver que una advenediza les quita, competitivamente, una cuota de mercado de la que se creían acreedores de pleno derecho. Me gustaría tranquilizarles diciéndoles que los compradores de Belén Esteban jamás comprarían un libro de Knut Hamsun, de Milan Kundera, de Cervantes, de Pessoa, de Platón, o incluso de Corín Tellado o de ellos mismos. Los lectores de Belén Esteban son compradores genuinos y exclusivos de Belén Esteban, y nada más. Belén, por tanto, no es el enemigo a vencer ni la competencia contra la que luchar. El hecho resultaría tan cómico como si en la próxima campaña de Navidad “Sidra el Gaitero”, por ejemplo, hiciera una promoción agresiva para competir contra Dom Pérignon o Veuve Clicqot, o como si el municipio de Torrevieja desplegara una  gran campaña promocional para que los multimillonarios que navegan por las exclusivas azules aguas que separan Córcega de Cerdeña anclaran sus espectaculares barcos en aquel entrañable, popular y variopinto enclave levantino.

No hay que enfadarse y mucho menos arremeter contra Belén Esteban por su meritorio éxito librero (que no literario). La auténtica literatura no está en  “Ambiciones y Reflexiones” de B.E., como tampoco lo está en muchas otras “cosas” parecidas que ocupan, vaya usted a saber por qué,  destacados lugares de  superventas en las casas de libros. La literatura, tal como me la enseñaron en la escuela, es algo más riguroso, más trascendente, más bello, más profundo; un imprescindible alimento para el espíritu, un bálsamo reconfortante para los sentidos y en suma; una manifestación única de algo culturalmente imperecedero.

Como amante de las buenas letras, no me inquieta el éxito de Belén Esteban ni su “temida” competencia editorial, al contrario, todo lo que mueva mercado, de lo que sea, será muy bien venido en estos tiempos de penurias y lamentos. Lo único que podría cabrearme, y no excesivamente porque para eso ya está uno curado de espanto, es que en las próximas ediciones de algunos renombrados certámenes literarios, sin ser Belén Esteban una exministra de nada sino un producto genuino nacido al calor de una trasnochada farándula “salvadora”, pudiera alzarse con algún codiciado trofeo de esos que regalan ingentes cantidades de euros y popularidad promocional como contrapartida a textos de dudosa calidad. 


Pero, ¡qué le vamos a hacer! En un país desconcertado y desconcertante como el nuestro cualquier barbaridad, por aberrante que parezca, puede conseguir, sin despeinarse,  carta de naturaleza. Y esto es lo que hay porque la cosa, por más que uno se empeñe, no da para más. A los inquietos les pido paciencia y les emplazo, por lo menos, a octubre del año próximo.