lunes, 3 de febrero de 2014

El e-Book según la agencia del ISBN

Cuentan de una señora que al regresar de la compra apareció en su casa con una máquina de  cortar césped. El marido, sorprendido y alarmado, le preguntó por la razón de aquella compra. “¡Es que estaba de oferta, Manolo!” le dijo la esposa. “¿De oferta, Maruja?  ¡Pero si vivimos en un octavo de sesenta metros cuadrados y no tenemos ni terraza!”

Con seguridad la anécdota es falsa pero la he traído a colación con el propósito  de convencer al lector de que casi todo lo que compramos, entre otras cosas el libro electrónico, lo hacemos para sacarle un rendimiento.

Digo esto, porque los agoreros no se cortan un pelo a la hora de pontificar sobre los libros electrónicos asegurando que las ventas digitales se están quedando en nada y que el papel, como dijo Umberto Eco no desaparecerá jamás. ¡Pues claro que no! Yo estoy en total sintonía con lo segundo pero discrepo de lo primero.

Datos de la agencia española del ISBN (tal vez sustentados en ciertos sesgos interesados) indican que por cada doscientos libros en papel se hacen tres descargas digitales on line desde las plataformas editoriales. Para reforzar sus argumentos señalan que en 2013 se otorgaron 72.494 ISBNs a obras en papel frente a 20.402 registros digitales indicando que, en relación al año precedente, el incremento fue tan sólo de 323 registros. Estos datos, ciertamente malintencionados, los llevan a concluir que en la actualidad las ventas on line representan algo menos del 5% de todo el mercado de libros con una tendencia a la estabilidad o al decremento.

Otros informes indican, por el contrario, que mientras en 2013  la venta de dispositivos electrónicos de lectura superó las treinta mil unidades, las descargas, como dice la agencia del ISBN, fueron muchísimo menores. Las razones de estas significativas diferencias hay que buscarlas, antes que en ningún otro lado, en la piratería descarada (dejémonos de eufemismos y llamémosle por su nombre, es decir, robo consentido) y a la ausencia de una legislación moderna y actualizada que persiga y sancione, con rigor y ejemplaridad, este tipo de delitos. España, para nuestro sonrojo, es el país donde con mayor abundancia y desvergüenza se practica este impune latrocinio cultural.

Convendría recordar a los señores de la agencia del ISBN que en plataformas tan universales y activas como Amazon, Kobo, Smashwords o similares, la compra del ISBN no es requisito obligado, muy al contrario de lo que ocurre en algunas españolas como, por ejemplo, Tagus. Amazon asigna automáticamente su ISBN (al que llama código ASIN) sin coste alguno para el autor. Visto lo cual, podría concluirse que, en su informe, la agencia del ISBN está comparando peras con manzanas, es decir, está sesgando interesadamente los datos. Hay además que resaltar que no son sólo los e-readers, tablets, kindles, etc., los únicos dispositivos capaces de leer textos digitales sino que en la mayoría de los smartphones de última generación se pueden habilitar aplicaciones que permiten la cómoda lectura de cualquier texto digitalizado con la posibilidad añadida de ser descaradamente pirateado (robado).

Las editoriales en papel también se empiezan a pronunciar con juicios, a veces contradictorios, y por lo general en un evidente estado de preocupación sobre el futuro de sus negocios. Y tan preocupante deben de ver el panorama que algunas ya han habilitado sus propias plataformas digitales o están subiendo, a las ya existentes, obras de sus autores predilectos a precios netamente inferiores a los que se suelen marcar en las librerías convencionales. Por algo será.

El problema no es tanto si son galgos o podencos o si es papel o e-reader. Lo importante es que el libro electrónico, como tantas otras cosas derivadas del avance tecnológico, ha venido para quedarse por más que algunos se empeñen en plantearle una ridícula e ineficaz guerra de cifras interesadas y estadísticas manipuladas, abocadas al fracaso. En el futuro inmediato asistiremos al crecimiento imparable de esta tecnología que hace más cómoda y confortable la lectura y sobre todo el transporte de los centenares de libros que pueden llegar a contener los dispositivos electrónicos.

Otra cosa es que las editoriales convencionales no vean, por ahora, en la descarga digital un negocio rentable a corto o medio plazo. Ya sabemos que los precios de descarga son bajos y, por tanto, el reparto de porcentajes no les produciría unas expectativas de negocio satisfactorias. También son conscientes de que gracias a las nuevas plataformas digitales ha surgido un ente nuevo llamado autor/editor, una especie de Juan Palomo, yo me lo guiso yo me lo como, que ya no necesita de ninguna editorial para ver publicada su obra sin tener que pagar por ello unos peajes abusivos.