martes, 18 de marzo de 2014

El síndrome de Tolstoi




Es un hecho constatado que la mayor parte de las mujeres tienen un alto nivel de exigencia cuando se trata de juzgar a los hombres, a otras mujeres y más aun consigo mismas, aunque esto ultimo lo exterioricen menos.
Numerosas estadísticas (algunas muy pintorescas) señalan que más del 90% de las mujeres no están contentas con su aspecto físico. Igual opinion tienen de las demás mujeres y afirman que el 80% de los varones son feos o muy feos, y además bastante descuidados. En eso tengo que darles la razón.
El problema no es tanto una cuestión de apreciación sino de aceptación. Los que valoran estas tendencias sugieren que ante tales disyuntivas las mujeres tienen dos alternativas:
a.- Recurrir a métodos de belleza para mejorar su aspecto mediante el uso de cosméticos, cremas rejuvenecedoras, reafirmantes, exfoliantes, iluminadoras, bronceadoras, masajes, drenajes linfáticos, botox, siliconas e incluso visitas al cirujano plástico para someterse a los riesgos de una intervención bajo anestesia que, en el mejor de los casos, va a « convertirlas » por poco tiempo en « jóvenes » cronológicamente inadaptadas.
b.- Convecerse a sí misma de que son bellas dentro de la realidad invidual de cada una y aceptar los cambios que inexorablemente impone el paso de los años.
Pero hay que saber llegar al fondo de la cuestión para entender y justificar las exigencias de la mujer. Existen para ello sólidos argumentos de carácter biológico resultantes de su propia evolución.
Las mujeres tienen que ser forzosamente selectivas ya que una de sus primeras funciones biológicas es la reproducción. Pero a diferencia del hombre sus posibilidades son distintas. Así, mientras el hombre en el acto reproductivo tiene un papel mínimo y facilón, en la mujer las circunstancias son muy distintas y comprometidas. El varón puede dispersar urbi et orbi millones de espermatozoides en una única eyaculación mientras que la mujer sólo dispone de un preciado óvulo que sus ovarios le ofrecen una vez cada 28 días. En términos economicistas y de mercado los espermatozoides son muy abundantes y, por así decirlo, infravalorados o de escaso valor comercial mientras que el óvulo de la mujer es un diamante de incalculable valor biológico para la perpetuación de la especie. Es la vieja y eterna ley de la oferta y la demanda.
Y no solamente eso: La mujer ovula una vez al mes durante el periodo que va desde la menarquia a la menopausia (35 años en promedio) y esa fertilidad apenas dura 72 horas en el transcurso de un mes, mientras que el hombre es una fábrica inagotable de esperma vivo y voraz desde la pubertad hasta edades avanzadas. 
Con este panorama la mujer tiene que quererse mucho a sí misma y a su vez determinar cuál es el mejor varón con el que llevar a cabo su función reproductora. Por esa razón es exigente consigo misma, con su entorno y mucho más con sus posibles fecundadores.
Pero volviendo al tema de la exigencia femenina para la belleza habría que señalar que muchas (y muchos) son víctimas de lo que se ha venido en llamar el « síndrome del espejo » o de « Tolstoi »
Leon Tolstoi era de una apariencia física más bien hermosa; de mirada profunda, facciones voluntariosas, labios sensuales, dentadura perfecta, manos poderosas y barba patriarcal. Y sin embargo; él se sentía feo y poco atractivo a los ojos de los demás.
Se juzgaba a sí mismo con muy duras palabras : « A veces me encuentro al borde de la desesperación —solía decir—. No creo que puede haber un hombre más feo que yo sobre la faz de la tierra. Mis cejas sobrevuelan unos ojos pequeños, inexpresivos y grises, mis labios son repulsivamente carnosos, mis manos toscas, mi frente huidiza. Suplico a Dios que me transforme en un hombre hermoso y atractivo y para ello le ofrezco todo cuanto poseo »
Muchos hombres y mujeres caen en el mismo error que Tolstoi. Son víctimas del síndrome del espejo que para ellos es el instrumento más torturador que existe, hasta el punto que algunos los han retirados de sus lugares communes o los han minimizado para que tan solo reflejen una imagen nebulosa en la que no puedan observarse detalles minuciosos.
Vivimos en una época en la que el patron estándar de belleza (femenina y masculina) ha calado tan hondo en nuestra sociedad que hoy, si Tolstoi viviese, sería el hombre más desgraciado de este mundo. Tal vez en su época el genial escritor ruso ignorase que nada hay más engañoso que un espejo. Y si no, que le pregunten a la madrastra de Cenicienta.
Para abundar en lo que escribo les propongo una curiosa experiencia que se lleva a cabo en algunos gabinetes de psicología que tratan este tipo de trastornos obsesivo-compulsivos. Imagínense que por un momento hacen una abstracción absoluta de su propio cuerpo, incluido, por supuesto, el rostro. No se conocen ni nunca se han visto a sí mismos. Es como si de repente hubiesen nacido con 20 años de vida o como si uno de los cirujanos de la actual vanguardia quirúrgica les acabara de hacer un transplante de cara. Ahora sitúense  con los ojos cerrados frente a un espejo y ábranlos bruscamente. ¿Qué impresión se llevarían ? Tal vez magnífica o en el peor de los casos decepcionante. Pues ésa es justamente la sensación que causamos en los demás cuando nos ven por primera vez y esa primera impresión es la que habitualmente prevalece. Puede que la fealdad somática quede enmascarada, con el tiempo, por los atractivos psicológicos individuales pero eso es algo que requiere tiempo y sobre todo mucho esfuerzo.
Posiblemente, después de esa experiencia, usted será  ante el espejo más compasivo consigo mismo, menos crítico, más benévolo y también más tolerante con los demás. Así pues; aplíquese la norma y no se juzgue tan duramente ni sea tan exigente con los de su entorno. Al fin y al cabo, convénzase de que al morir, con la desaparición de todas las funciones biológicas el cuerpo se modifica y el rostro cobra un aspecto que ni los más allegados al difunto son capaces de identificar.
No somos lo que creemos que somos o lo que el espejo nos refleja sino lo que ven en nosotros los demás. En ello, nuestras funciones biológicas juegan un papel determinante y eso, al día de hoy, es algo poco modificable por más recursos cosméticos que nos empeñemos en utilizar.