martes, 15 de abril de 2014

Burkas y capirotes

Los usos, atuendos y costumbres de nuestros pueblos nos dejan, a veces, perplejos por lo extravagante, barroco y casi ridículo de algunos. Es el caso de ciertas prendas de uso todavía común en muchas partes del mundo, entre ellas España.

En estos días, misteriosos personajes que acompañan en sus recorridos procesionales las estaciones penitenciales de la Semana Santa, van ataviados con túnicas de diversos colores y cubiertos por fantasmales capirotes que enmascaran la identidad de quien los luce. La tradición dice que es un acto penitencial y puede que lo sea.

El capirote penitencial tiene sus orígenes en el “sambenito” que los tribunales de la Santa Inquisición imponían a los que habían pecado con actos, palabras o actitudes sospechosas de brujería o apostasía. Era una forma benévola de librarles del fuego de leña verde.

Tribunal de la Inquisición (F. de Goya)
Muchas cofradías de nuestra muy tradicional Semana Santa adoptaron, siglos atrás, este simbólico atuendo para caracterizar a los penitentes que en estos días expían sus pecados junto al paso procesional. Es un anacronismo sorprendente pero íntimamente aferrado a la más sólida de nuestras tradiciones. 

También, siniestras organizaciones como el Ku Klux Klan utilizan para sus fechorías estos estrafalarios atuendos cuya visión estremece al más valiente.

Mujeres afganas portando el burka
El burka  es una indumentaria islámica que cubre al completo el rostro y el cuerpo de la mujer. Al parecer tiene su origen en el culto a Astarté, la diosa de los sidonios, representante de la fertilidad, la sexualidad y los placeres carnales, en la antigua Mesopotamia. El culto a esta deidad exigía a todas las mujeres la obligación de prostituirse una vez al año en los bosques sagrados que rodeaban su templo. Pero, para cumplir este divino mandato y no ser identificadas, las mujeres ocultaban su cuerpo y su rostro con amplias túnicas multicolores a las que llamaban burka.

Mustafá Kemal Atatürk
Mustafá Kemal Atatürk, el padre y fundador de la moderna Turquía, era conocedor del milenario rito de Astarté. En el proceso de profundas reformas que llevó a a cabo para transformar el país quiso erradicar el burka para así aislar a los fundamentalistas islámicos partidarios de ese agobiante atuendo que oculta la identidad de la mujer y la convierte en un reducto social de ínfima categoría

Atatürk aprobó una ingeniosa ley que pretendía matar dos pájaros de un tiro: eliminar el burka y abolir la prostitución. El texto legal se expresaba en los siguientes términos: Con efecto inmediato, todas las mujeres turcas tienen  derecho a vestirse como quieran, excepto las prostitutas que siempre deberán usar el burka”. Tras publicarse esta pintoresca ley ya nadie más volvió a ver un burka en Turquía.

Lo que Atatürk no llegó a saber, porque no vivió lo suficiente, fue que su ley acabó definitivamente con el burka pero no consiguió eliminar de su nuevo país la profesión más antigua e irreductible del mundo.