domingo, 24 de mayo de 2015

EL DECLIVE (Acuario)

EL DECLIVE (Novela)

…viene del post anterior...

ACUARIO

Te ha llamado el vicepresidente y lo has mandado a la mierda. No sabes si ha sido por dignidad profesional, por independencia periodística o simplemente por soberbia.
   Con el paso del tiempo te has ido dando cuenta de que no hay peores consejeros que la efímera fama y el empacho que provoca el éxito. Has tratado de echarle un pulso al poder y has perdido, como era de esperar. Qué necesidad tenías de llevar a tu programa a gentes que se aprovecharían de tu ingenuidad para encender soflamas antisistema. Ya te habías salido del guión en un par de programas anteriores y para colmo, no hiciste caso a los mensajes tan contundentes como persuasivos que te habían hecho llegar desde los círculos más próximos al establishement. A partir de entonces estuviste señalado. Marcado con una diana en mitad de tu rostro. Te lo advirtieron y no quisiste hacer caso. Al final caiste como caen todos los que se creen más fuertes que el poderoso. Pensaste que eras David frente a Goliat. Tu último y definitivo programa hizo mucho daño al gobernante, pero más aun al partido. Luego te creíste las llamadas de apoyo y solidaridad de los que tras colgar el auricular descorchaban las mejores cosechas para celebrar tu fracaso. Lo que vino después estaba anunciado. La historia se repite de manera incesante para que el hombre no olvide su condición de instrumento sometido. Al mes de tu descalabro no había una sola puerta a la que pudieras llamar sin que te repudiaran como a un apestado.
  
   Os citasteis poco después en Nueva York para poneros bálsamos ineficaces en unas heridas que llevaban demasiado tiempo abiertas. Fue inútil.
   Te mostraste lacrimoso y muy pesado durante todo el tiempo que estuviste deambulando mecánicamente a su lado por las interminables calles de Manhattan. Sólo hablabas de ti y de la gran putada que te habían hecho al desmontar tu programa y despedirte de forma tan grosera de la televisión oficial a la que, según tú, tanto habías aportado y tanto te debía. Como era habitual en ti, apenas te interesaste por su experiencia periodística centroamericana. Tampoco ella mostró un deseo especial en dártela a conocer, más que nada por tu insistencia sobre el tema que te obsesionaba.  En tu ofuscación ni siquiera llegaste a maquinar quien urdió sibilinamente toda la trama que desembocaría en tu caída. Te diste cuenta al cabo de unos años. No podías imaginar que fuera Elías quien manipuló hábilmente los resortes. No te convencieron sus negativas ni sus llamadas a la fidelidad y a la camaradería. Es cierto que nunca pretendió ocupar tu puesto pero para él eras demasiado molesto. Tus malditas e injustificadas órdenes le sacaban de quicio. Eras como una china en su zapato de la que se dolía con cada paso que daba. Hizo un planteamiento simple que tardaste tiempo en detectar: o él o tú. Y ganó él, fue mucho más hábil de lo que habías imaginado. Creíste que Elías era un espíritu puro, carente de ambiciones, hecho para ser mandado, segundón vocacional. Cuando quedó libre montó los guiones a su modo y estilo. El programa no sólo no bajó, sino que además ganó audiencia. Los de arriba se sintieron doblemente satisfechos; por un lado habían acabado contigo y por otro, los contenidos estaban ahora en perfecta sintonía con los mandos. La nueva conductora del debate era lo suficientemente lista y ambiciosa, y sobretodo lo necesariamente eficaz, para que tu imagen cayese en el olvido casi de modo fulminante. Los controles de audiencia volvieron a subir situando al programa en sus niveles más altos. Así fueron las cosas una vez más para tú desesperación, todo debe de cambiar para que todo permanezca.
   Un tiempo después de tu caída y del abandono de Lucía supiste, para colmo de tu desdicha, que Elías había ocupado tu sitio en el corazón de tu exmujer. ¿Cómo fuiste tan poco suspicaz para no haberlo intuido? Nunca llegaste a entender aquella historia. Elías era un reconocido misántropo sin apenas relaciones personales. Era, desde luego, bueno en su trabajo, cumplía y sacaba adelante todos los programa, pero era un triste con el que difícilmente se podía mantener una conversación interesante sin que él la derivara por temas tan grises como carentes de interés. Era tu polo opuesto. ¿Tanto había llegado a cambiar Lucía? No eras consciente (sigues sin serlo) de lo que cada mujer busca en cada hombre. Los esquemas son distintos. Unos se mueven por parámetros que tienen más que ver con la estética y el sometimiento mientras las otras se aturden con los falsos vahos que exhala el amor efímero, aferrándose a voluntades que forjen sutilmente una inestable seguridad.
   No pudiste ni siquiera imaginar en vuestro errante deambular por Manhattan que su corazón, su mente y su proyecto habían quedado completamente fuera de tu alcance, desde hacía demasiado tiempo.
   Reservaste una espléndida habitación en uno de los mejores hoteles de la ciudad ignorando que, desde hacía tiempo, ella había acostumbrado a relajar su cuerpo sobre las incómodas colchonetas de  posadas nicaragüenses de mala muerte donde, por lo menos, se sentía libre de ataduras, de tus ataduras. Allí conoció gente de muy distinta procedencia. No hubieses dado crédito a tus oídos si te hubiese contado al detalle todas las vivencias que tuvo, los insólitos lugares que visitó, las miserias indígenas, el hambre en estado puro, las necesidades acuciantes, las motivaciones de la guerrilla, la fe ciega en las causas, el miedo a la guerra, la dignidad de los pueblos y los hombres, los otros hombres, los hombre nuevos, tan distintos a los que formaron su círculo del pasado, tan puros, tan maravillosamente locos y tan salvajes y tiernos en la cama. Gozó con ellos, gozó de ellos y en sus brazos sintió desvanecerse, por primera vez , el miedo intenso de sus vacíos crónicos.
   Sólo dos coitos en Manhattan completamente exentos de amor. En el primero el deseo acumulado salvó el compromiso. En el segundo la pasión mínima quedó disuelta en su misma inapetencia. Tumbados boca arriba, parcialmente cubiertos por las sábanas y en silencio, cada uno fumó su propio su cigarrillo. Ya no había nada que compartir, ni siquiera el humo. Son, efectivamente, los pequeños detalles los que determinan el fin. Tampoco supiste, cuando ella pasó al baño a asearse, que sobre el bidé dejó caer las últimas lágrimas que derramaría por ti; no fueron las más sentidas pero sí, desde luego, las más ácidas.

   La última comida en un pequeño restaurante de Little Italy resultó tediosa. El servicio te pareció demasiado lento para un diálogo entre ambos excesivamente parco. Pasta, chianti y café espeso. Ya no teníais casi nada de qué hablar. Su avión partía dos horas antes que el tuyo. La despedida en el Kennedy (tu a Madrid, ella a Nicaragua) fue tan fría por su parte que apenas rozó tu mejilla con sus labios. Quisiste decirle algo especial en aquel adiós pero en ese crucial instante nada se te vino a la mente. Intentaste reconducir un conflicto insoluble pero tampoco supiste, exactamente, qué quedaba por hacer. Hubieras dado lo mejor de ti mismo por un poco de calor en su palabra, un poco de ternura en su mirada, algo de afecto en su abrazo. Te frenó su distancia. Y una vez más quedaste paralizado, como cuando la lejana noche de los caballos locos quisiste tomar en marcha el metro que la alejaba de ti.
Continuará...
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